Llegó el dia.
La chica se decidió.
Iría a la Farmacia.
Sus verdes ojos
eran dos gotas
que se deslizaban
simétricamente en su suave piel.
Sus cara
se había convertido
en un mar muy salado.
Su boca se hacía eco de ello.
Su andar femenino
pisaba el asfalto.
Su fina silueta era una línea
fronteriza entre deseo y ahogo.
Todo a la vez.
Desde su cabello
hasta sus pies casi descalzos
se visualizaba
luz
ensombrecida por la falta de aire.
La chica se decidió.
Iría a la Farmacia.
Sus verdes ojos
eran dos gotas
que se deslizaban
simétricamente en su suave piel.
Sus cara
se había convertido
en un mar muy salado.
Su boca se hacía eco de ello.
Su andar femenino
pisaba el asfalto.
Su fina silueta era una línea
fronteriza entre deseo y ahogo.
Todo a la vez.
Desde su cabello
hasta sus pies casi descalzos
se visualizaba
luz
ensombrecida por la falta de aire.
Estaba llegando.
Cuando otra silueta
acarició sus delicados huesos de su espalda.
La chica tembló.
Conocía ese tacto.
Conocía las yemas de esos dedos.
Conocía ese recorrido de esas manos.
Conocía el desenlace de esa caricia.
Llegaría el inicio de un abrazo
sentido.
Y la chica seguiría temblando.
Él la sostendría.
Le revolotearía su cabello
y con sus ojos le diría:
¿te sirve esta Farmacia Diferente?
Escrito por María del Rio.
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