Una calle.
Ancha.
Vacía de coches.
Parecía como
si hubieran cortado
la calle
para rodar una secuencia
de una película.
Pero no era por eso.
El motivo era
una silueta.
Una silueta femenina.
Desde la otra punta de la calle
grita un hombre.
Le grita a ella.
Pero es un grito
encantador.
Y es que el hombre
era atractivo
por fuera y por dentro.
Un "ahora"
en esas dos siluetas.
Ese grito
decía...
Tú!
Niña...
Guapa...
Te pido que hagas algo por mí.
Cruza el paso de cebra
con todo el desparpajo que tienes.
Te permito un traspiés
y dos y tres...
Pero viaja hacia mí.
La chica
lo hizo.
Pero no como imposición
ni sumisión.
Lo hizo
porque era una petición original.
Y ella
cruzó la calle
sensualmente
con estilo
y rebosante
de luz.
Bailaba
y el asfalto
se enamoraba
de ella.
Lo hizo.
Pero de espaldas.
Y es que su espalda
lo valía.
Y él lo sabía.
Escrito por María del Río.
Ancha.
Vacía de coches.
Parecía como
si hubieran cortado
la calle
para rodar una secuencia
de una película.
Pero no era por eso.
El motivo era
una silueta.
Una silueta femenina.
Desde la otra punta de la calle
grita un hombre.
Le grita a ella.
Pero es un grito
encantador.
Y es que el hombre
era atractivo
por fuera y por dentro.
Un "ahora"
en esas dos siluetas.
Ese grito
decía...
Tú!
Niña...
Guapa...
Te pido que hagas algo por mí.
Cruza el paso de cebra
con todo el desparpajo que tienes.
Te permito un traspiés
y dos y tres...
Pero viaja hacia mí.
La chica
lo hizo.
Pero no como imposición
ni sumisión.
Lo hizo
porque era una petición original.
Y ella
cruzó la calle
sensualmente
con estilo
y rebosante
de luz.
Bailaba
y el asfalto
se enamoraba
de ella.
Lo hizo.
Pero de espaldas.
Y es que su espalda
lo valía.
Y él lo sabía.
Escrito por María del Río.
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