Nació y se quedó huérfano de madre cuando apenas tenía 6 meses. A los 15
años se fue a la Legión porque quedarse en el pueblo le reportaría una
pobreza extrema. Se fue y batalló unas cuantas guerras. Poquito a poco
fue subiendo y consiguió todo lo que se propuso.
Pero su sueño era ser médico y poco después de casarse se puso a estudiar y lo logró.
Estudiaba mientras cuidaba a mi madre de sus mil travesuras.
Qué suerte tuve de tenerle.
Y cuánto le echo de menos pasados ya más de 12 años.
Y es que él era un hombre que enamoraba a todo lo que tenía a su alrededor.
Yo lo estaba.
Me cuidaba como nadie, me compraba unas victoria verde cuando llovía y
mis zapatos se me calaban cuando paseábamos, nos íbamos de viaje mano a
mano y a él se le veía igual de feliz como si estuviera con mi abuela.
Él era el que me llevaba a comer croquetas dónde me gustaba e ir a ver el mar cuando estaba muy nerviosa.
Él era el que me apoyó desde el primer momento a descubrir mis sueños y
cuando le cocinaba huevos fritos con pimientos me adoraba aún más.
Hablábamos cada noche cuando me fui a vivir a Madrid.
Cada noche.
Y una noche, sin avisar, su vitalidad arrolladora durante más de 80
años se apagó. Y supe que algo iba a suceder en breve. Así fue. Al cabo
de dos semanas se me fue.
Durante los seis meses posteriores seguí
llamando a su número de teléfono sin encontrar respuesta y a día de hoy
me cuesta pasar por la calle Aragón de Barcelona.
Y es que cuando una persona te ha atrapado con locura y de la manera más gratificante, desprenderse de eso no fácil.
Dicen que el tiempo lo cura todo.
Dicen eso.
Pero soy más partidaria a decir que el tiempo me reaviva cada vez más momentos junto a él.
Con mi querido Abuelo.
A los que todavía tengáis el privilegio de tener alguno, cuidadlo mucho.
Son el mejor tesoro.
Hoy va por tí Abuelo.
Me acuerdo de ti y te lo digo.
Escrito por María del Río.
martes, 18 de abril de 2017
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