Sus ojos le delataban.
Pero los disfrazó.
Ese espacio ocular
ahora era
un misterio.
Y es que
no era un despertar cualquiera.
Estaba
en Alaska
y se despertaba
de una Siesta.
Algo que no entendían
la gente de allí.
Pero tenían envidia de ella.
No sabían el significado
de esa palabra.
Y es que cerrar
tus ojos
durante
unos minutos
por placer
es
quitarse
un muro
de pesadez.
Se puso las gafas rojas
tras la siesta.
Y es que sabía
que la mezcla del verde
con el rojo
era una de sus favoritas.
Era la llamada
"Siesta en Alaska".
Al cabo del tiempo
los habitantes
de Alaska
la probaron
y
supieron
lo que se sentía.
Escrito por María del Río.
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