Nadie sabía
de ese paraje.
Sólo
ellos.
Ese hombre
y
esa mujer.
Y era más que suficiente.
Él
se enamoró de ella
allí.
Y
viceversa.
Y es que ese acantilado
provocaba
extenuación.
Pero de placer.
Y encima
te salvaba
de posibles
desgracias.
Desgracias
de esas
que te destrozan
el alma.
Pero ellos
nunca
las padecieron.
Siempre habían vivido ahí.
El Acantilado Salvador
les salvó
de la vida real.
Y no vivían
en una Utopía.
Vivían
a su "popolo"
como decía ella.
Y en su propia República
como decía él.
Escrito por María del Río.
Photo By One Dragones.
sábado, 31 de julio de 2010
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