Domingo.
Ella llegaba
con el rimmel corrido.
Hacía tiempo
que no le gustaba
el portal de su casa.
Y es que
notaba la ausencia de él.
La notaba con rabia
pero con elegancia.
Ese domingo mañanero
llevaba paraguas.
Entró al portal
sin cerrarlo.
Subío al ascensor.
Se frotó los ojos.
Y es que no se creía
lo que estaba viendo.
El ascensor
no tenía números.
Y el suelo
tenía hierba muy húmeda.
Ella salió corriendo.
No debió hacerlo.
Si llega a esperar unos minutos
hubiera subido al mejor piso.
El piso
en el que estaba él.
De haberlo sabido
se hubiera quedado sin dudarlo.
Pero es lo que tiene
no arriesgarse a veces.
Escrito por María del Río.
sábado, 29 de mayo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario