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domingo, 29 de noviembre de 2015

Dos Mujeres de Trieste


 
Dos mujeres probablemente, sin ellas quererlo, forman parte del recuerdo de los días pasados en Trieste. Con la primera estuvimos en la tarde de nuestra llegada. Callejeando por una calle cercana al hotel nos dimos de bruces con una pequeña tienda, cuyo escaparate y lo que dejaba entrever al fondo de la misma era un "totum revolutum" de objetos. Por encima de todo ello, en un pequeño altillo se divisaba el rostro de una mujer que sentada delante de una mesa oteaba, cual "farista", su pequeño universo con una limpia y amplia sonrisa. 
Nuestra curiosidad, estimulada por aquel desorden ordenado y por la mirada atenta y receptiva de aquella mujer, gobernanta de aquél maremágnum, quedó satisfecha al traspasar la puerta de entrada. Marcos, muchos marcos, de maderas añosas, fotos antiguas, mecedoras, piedras de río, dibujos, acuarelas, carteles, algún cuadro  interesante, libros de arte, objetos de todo tipo. No obstante, todo ello desprendía un cierto perfume personal, como si formara parte del entorno más cercano de aquella mujer que seguía observándonos atentamente. Fue un momento mágico, justo ese instante en el que sin ningún artilugio se estableció una corriente distinta de la puramente mercantil. Ella no pretendía vender, sino explicarnos la relación, íntima y cercana, que mantenía con aquellos objetos. Nos contaba su historia, la particular de cada uno de ellos, con la esperanza de que el comprador, supuesto que se decidiera, siempre pudiera participar de una relación con él mismo, similar , al menos, a la que ella había mantenido hasta entonces
Le  preguntamos sobre algunos de los cuadros. En ese momento, suspiró, su cara esbozó una sonrisa limpia y, a la vez, profunda. Aquellos cuadros los había pintado su padre, del cual nos  enseñó algún libro publicado sobre su obra. Parece ser que tuvo reconocimiento en la sociedad triestina durante buena parte de la postguerra. Su pintura, por lo que pudimos ver, transmitía sensibilidad y buen hacer.
Nuestra visita, inesperada, supongo que para ella, fue grata, hasta el punto de que nuestra despedida podía perfectamente no haber sido para siempre.
La otra mujer de Trieste, fue la recepcionista del hotel en el que nos alojamos.  Mujer atenta y culta, amante de su ciudad y de todo el entorno adriático. Nos dio sus impresiones  sobre las ciudades cercanas, eslovenas y croatas, los castillo de Miramare y de Duino, en donde Rilke escribió "Sus elegías". Incluso, al decirle que teníamos intención de ir a Fiume, italiana en su momento, ahora croata, con el nombre de Rijeka, ciudad hermana de Trieste, nos recomendó que no acercaramos a Hum, un pequeño pueblo de la zona de Istria en Croacia norte, que fue uno de los centros más importantes de la cultura glagolítica y ahora se precia de ser, con sus 17 habitantes, la Ciudad más pequeña del mundo.
Siempre, cada mañana nos preguntaba sobre nuestras excursiones - Liubiana, Fiume, Castillo de Miramare, Hum - y siempre recibíamos de ella algún comentario acertado. El día de nuestra partida, como no podía ser menos, nos despedimos de otra amiga más de Trieste.
Salud para ambas. Siempre las tendré en la memoria.
Escrito por mi padre. Mi confidente, amigo, padre, mentor que siempre me da la mano para avanzar en este camino llamado vida.




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