Las 7 de
la mañana.
Un hombre
apuesto de pelo blanco se despierta. Coge su albornoz y se va directo a la
puerta de su casa a recoger el periódico.
Va a la
cocina y prepara el café. Mientras se come un yogur con nueces porque son
buenas para el corazón. También un plátano porque tiene potasio.
El café
murmura y le avisa que ya está listo para ser degustado con un trozo de
bizcocho que le hace siempre su mujer.
Sin duda
alguna, es su mejor momento. Desayuna de pie leyendo el periódico y va mirando
el amanecer a través de la ventana de la cocina. Tiene suerte. Puede ver el
horizonte donde el mar y el cielo se besan. Vive en una ciudad con mar.
Tras este
momento delicioso se ducha y se viste sigilosamente dando toda la elegancia a
su cuerpo con unos pantalones, camisa y americana perfectamente planchada.
Luego sube al salón y sigue desmenuzando las líneas del periódico hasta que
decide irse a su despacho a batallar con las leyes. Podría haberse jubilado
desde hace años pero las leyes le adoran por su lealtad y su humanidad. No hay
muchas personas que trabajen con la profesionalidad y la humildad de este
hombre. Él es así y no sabe hacerlo de otra forma. El camino hacia su despacho es corto
pero él lo disfruta mirando hacia arriba. A las fachadas de los edificios. Llega al despacho y ahí
despliega toda su sabiduría e intenta mediar en los diferentes litigios de las
personas. Lo hace bien. Doy fe. Hay días que decide tomarse la tarde libre y llama a su mujer para ir al
cine, ir a La Central a comprar libros, ir a hacer fotos o ir a una exposición.
Se lo pasan bien juntos y se ríen. Desde otra ciudad una chica se acuerda de
este hombre que tanta paz le da. Y más cuando él le llama y le dice: “Hola
Princesa” o cuando recibe un email de él con recomendaciones literarias y culturales
y su despedida es así: “Por hoy como siempre, es poco, pero este poco si es
denso es bastante. Un abrazo fuerte “. Tengo recopilados todos los emails con
este hombre y son una auténtica maravilla.
Lo es
porque este hombre es mi padre.
Ese hombre que prefiere los abrazos a los besos
porque el abrazo te acoge con todo su esplendor.
Ese hombre al que mi cabeza y
mi corazón le ha dado la mejor habitación con vistas que pueda haber.
Ese
hombre al que no quererle podría ser considerado delito.
Escrito por María del Río.
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