Desde pequeño
tenía una obsesión.
La de plasmar su vida
a base de diagramas.
Mientras otros niños
jugaban con la pelota de lado a lado
él
se refugiaba en un árbol de la escuela
a hacer diagramas.
Los profesores pensaban
que sufría autismo
ya que nunca se acercaban a ver lo que hacía.
Sus padres no estaban preocupados.
Es más, su padre estaba orgulloso ya que su hijo le hacía
tenía una obsesión.
La de plasmar su vida
a base de diagramas.
Mientras otros niños
jugaban con la pelota de lado a lado
él
se refugiaba en un árbol de la escuela
a hacer diagramas.
Los profesores pensaban
que sufría autismo
ya que nunca se acercaban a ver lo que hacía.
Sus padres no estaban preocupados.
Es más, su padre estaba orgulloso ya que su hijo le hacía
los diagramas de la empresa que tenía
con una maestría impecable.
Él era diferente.
Pero no lo sabía.
Y mejor que fuera así.
A los 25 años
seguía con esa obsesión
pero nunca trabajó en la empresa de su padre.
A él le gustaba la escritura.
Y como no era de extrañar
era bueno.
Todas las editoriales querían verse con él
porque
marcaba el punto mágico en todas sus novelas.
Sin duda alguna el diagrama de su vida
era el que mostraba gráficamente el Principio de Pareto.
A la izquierda de su cerebro
tenía sin mucho afán por retenerlos
los problemas sin importancia.
Y a la derecha guardaba e intentaba solucionar los problemas graves.
Un buena filosofía de Vida.
Y de esta manera
siempre tenía hueco en su cabeza
para escribir líneas prodigiosas al son de la mejor música.
Pero ante todo
siempre tenía un lugar que nunca se trastocaba.
El de su corazón.
Ese paraje paradisíaco
estaba ocupado
para esa chica de cabello envidiable
y talento desbordante.
Ese lugar
carecía de pulso.
Y es que el amor no tiene límites
ni diagramas que valgan.
Escrito por María del Río.
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