pequeño
soñaba
con lo mismo.
Crecía
y en sus sueños
aparecía ese deseo.
Una delicia de deseo.
Se convirtió en una obsesión.
Pero una obsesión
que no dañaba
que no consumía
que no le dejaba anémico
que no le alcoholizaba
que no le arrastraba.
No temía
al fracaso.
Ni tampoco
tenía gran esperanza.
Simplemente
el poder soñarlo
ya era mucho.
Y el poder
imaginárselo
con su Harinezumi
también.
Y sí.
Quizás sería
su ideal de vida.
Pero no le importaba
no poder consumarlo cien por cien.
Y es que poder andar
sobre el Mar
a
la vez
que por el asfalto
es una utopía.
Pero qué gran utopía.
Sin duda alguna es
la Mejor Obsesión.
Escrito por María del Río.
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