Volar: Ir o moverse por el aire sosteniéndose con las alas.
Esta acción siempre ha estado muy presente en mi familia, sobre todo en mi padre. No conozco a nadie con tanta obsesión por querer volar. Y es que está claro que a todos los humanos nos encantaría poder hacerlo pero la naturaleza no quiso que tuviéramos todos los dones. Aún así creo que sí se puede. Recuerdo que cuando vivía con mis padres, sucedía muy a menudo que a la hora del desayuno mi padre nos contara que había volado. En sueños pero volaba. Lo explicaba de tal manera que conseguía hacernos creer que era real. Durante todo ese tiempo recorrió toda Barcelona volando y su sensación siempre era la misma: Placer y libertad absoluta. No me extraña. A raíz de todo esto mi hermano y yo pensamos que el mejor regalo que le podíamos hacer era que practicara, al menos por una vez, paracaidismo pero no pudo ser. Está operado dos veces del corazón y no queríamos un susto. El verbo "volar" lo utilizaba constantemente. Todavía recuerdo que cuando mi hermano y yo éramos más jóvenes, siempre nos animaba a "volar". En ese caso quería decir que para vivir de verdad hay que viajar y contagiarse de otros saberes y culturas. Otro caso en el que el "volar" salía de la boca de mi padre es cuando me sentía impotente a la hora de crear y siempre me decía: María, haz volar tu imaginación y verás como la creatividad vuelve".
El otro día me pasó algo ansiado desde hace más de diez años. Soñé que volaba. Y lo mejor de todo: Volaba con mi padre. Indescriptible la sensación que tuve y muy descriptible nuestra cara. Cara de felicidad.
En cuanto me levanté llamé corriendo a mi padre y le conté lo sucedido. Obtuve alegría en su voz pero también nostalgia. Y es que desde hace unos años ese poder "volador" que había tenido durante años ahora está ausente en sus noches. Me dijo: "Ya ves hija, la edad no perdona ni para poder volar".
Ya mencionó el gran poeta Oliverio Girondo la importancia de volar cuando hablaba de las mujeres diciendo: "Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que ganaría el premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!".
Y es que creo que el que no sabe volar, no sabe lo que se pierde. Y eso no es una certeza, es una duda, en cuyo caso habrá que despejar la incógnita. A volar pues.
Escrito por María del Río.
martes, 4 de noviembre de 2014
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