No había dormido
desde hacía dos días.
El insomnio viene de manera inesperada
y otra veces no.
En este caso
vino con alevosía.
Él no desesperaba
pero sabía
que tenía que atajar ese malestar
por el bien de su salud.
Al menos se lo propondría.
Eso hizo.
Bajó al supermercado
y compró un limpiacristales.
El mejor.
Y una balleta.
La más eficaz para quitar todo tipo de huellas.
Empezó desde abajo.
Limpió el asfalto de la entrada de su casa.
Terminó en lo más arriba.
En los dos tejados.
Los transeúntes que pasaban por ahí
le miraban
pero él no se daba cuenta.
Estaba metido en su mundo.
Pensando en si conseguiría su propósito.
Olvidarse de ella.
Las malas lenguas decían que jamás lo lograría.
Y es que el sexo que había tenido con otras
no le había llenado.
Por no decir
que cada vez que le hacían una felación
recordaba el óvalo de su cara.
El de ella.
Pero el limpiacristales
que compró
era infalible.
Al menos eso creyó él.
Escrito por María del Río.
sábado, 12 de marzo de 2011
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