Tenía la capacidad de abstraerme tanto que siempre conseguía ir al destino deseado. Los Lunes solía soñar con ser crítica de cine y devoraba todas las revistas especializadas.
Los martes siempre era bailarina de musicales. Mi abuela venía siempre ese día a vernos y yo desplegaba mi imaginación creando una coreografía de baile con su correspondiente vestuario. Quizás ese era mi mejor día porque para mis adentros soñaba con ser actriz y bailarina. Recuerdo estar muy nerviosa antes de enseñar mi espectáculo a mi abuela y mi madre y me brillaban los ojos como la que más.
Los miércoles solía ser ser dependienta del videoclub de debajo de mi casa. Me sabía todas las películas que habían y el dueño me adoraba. Cuando cerraron ese videoclub (llamado Charol) lloré. Mucho. Y el dueño me regaló muchísimas películas, entre ellas, la maravillosa "Todo es Mentira".
Los jueves era peluquera y maquilladora.
El viernes, sábado y domingo era librera y "envolvedora" de libros a tiempo completo.
Recuerdo que mi padre si mi hermano y yo no sabíamos que hacer, nos daba un libro. Cuánto le agradezco ese gesto.
Nunca me asustó la soledad en determinados momentos de mi vida. Es más me gustaba. Era muchas en una.
Lo que me asustaba de verdad era ver la soledad en otras personas.
Esa soledad que te remueve y te lloran los ojos.
Esa soledad de ver a personas sentados en un banco con la mirada perdida.
Esa exactamente.
Y desde pequeña no he tenido miedo a acercarme a hablar.
Me llenaba más hablar que un columpio.
Siempre se agradece que alguien te brinde unas palabras y comprensión.
Seamos menos egoístas y arropémonos más.
Y es que la soledad querida y disfrutada es gratificante, la impuesta aterra.
Escrito por María del Río.
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