Siempre
he pensado que en el Metro confluye todo.
El Metro ha dado lugar a que se rueden historias ficticias inolvidables y a que se sientan otras muy reales.
Y es que el Metro se empapa cada día de estares y respiraciones según la hora del día.
Desde bien temprano el metro es el espectador de rostros todavía dormidos o que están a punto de dormirse. Las caras y los cuerpos denotan rutina y el comienzo de otro día más que disfrutar o soportar, según se mire.
Por la tarde las caras cambian. Hay gente que está acelerada debido a la inyección de cafeína o porque es el momento en el que va a poder hacer lo que realmente quiere. Veáse ver a la persona querida, recoger a sus hijos, contar los segundos para ver a su cantante favorito, ver a un amigo suyo que va a representar una obra de teatro, tirarse en el sofá con una delicatessen que se ha comprado antes de llegar a casa o tomarse una caña con los amigos. También puede ser la hora maldita para otros debido a que su trabajo rutinario comienza cuando los demás ya lo han cumplido.
Suceden historias a cada segundo y todas a la vez.
El Metro a veces se vuelve loco, sobre todo si es hora punta. Hay personas que aprovechan para pegarse a otras y sacarse algún dinerillo. Otras se quedan en su mundo interior y piensan en la lista de la compra o si el jefe va a estar de buen humor hoy. Otras prefieren mirar a la persona que tienen en frente y hacerle una radiografía de su vida sin conocerla. Normalmente le pondrá muchos defectos para que así se sienta mejor de buena mañana y piense que su vida es mejor que la suya, a pesar de saber que el autoengaño es más que latente. También hay personas que prefieren leer o hacer ver que lo hacen para hacerse interesante.
Pero en lo que más disfruta el Metro es en las historias que se crean a través de miradas cómplices en un vagón. Miradas nuevas que crean timidez a la vez que impulsos. En ese momento el Metro quiere que ese "encuentro subterráneo" se tranforme en algo verbal. Que se unan esos dos cuerpos y que surja una amistad, un affair momentáneo o una relación de las de toda la vida. Esos son sus momentos predilectos.
La peor parte para éste es no poder ver el desenlace de las historias una vez se abra la puerta de alguna parada. Afortunadamente la pérdida de una u otra persona se gratifica con la entrada de otra multitud de personajes.
El Metro nunca se aburre. Tiene películas desde las 6 de la mañana hasta la 1 aproximadamente y encima no paga por verlas. Somos nosotros los que pagamos para que él las disfrute.
Y es que el Metro vuela, sobre todo el de Madrid. Y nosotros intentamos hacer lo mismo aunque no sea tan fácil.
Escrito por María del Río.
El Metro ha dado lugar a que se rueden historias ficticias inolvidables y a que se sientan otras muy reales.
Y es que el Metro se empapa cada día de estares y respiraciones según la hora del día.
Desde bien temprano el metro es el espectador de rostros todavía dormidos o que están a punto de dormirse. Las caras y los cuerpos denotan rutina y el comienzo de otro día más que disfrutar o soportar, según se mire.
Por la tarde las caras cambian. Hay gente que está acelerada debido a la inyección de cafeína o porque es el momento en el que va a poder hacer lo que realmente quiere. Veáse ver a la persona querida, recoger a sus hijos, contar los segundos para ver a su cantante favorito, ver a un amigo suyo que va a representar una obra de teatro, tirarse en el sofá con una delicatessen que se ha comprado antes de llegar a casa o tomarse una caña con los amigos. También puede ser la hora maldita para otros debido a que su trabajo rutinario comienza cuando los demás ya lo han cumplido.
Suceden historias a cada segundo y todas a la vez.
El Metro a veces se vuelve loco, sobre todo si es hora punta. Hay personas que aprovechan para pegarse a otras y sacarse algún dinerillo. Otras se quedan en su mundo interior y piensan en la lista de la compra o si el jefe va a estar de buen humor hoy. Otras prefieren mirar a la persona que tienen en frente y hacerle una radiografía de su vida sin conocerla. Normalmente le pondrá muchos defectos para que así se sienta mejor de buena mañana y piense que su vida es mejor que la suya, a pesar de saber que el autoengaño es más que latente. También hay personas que prefieren leer o hacer ver que lo hacen para hacerse interesante.
Pero en lo que más disfruta el Metro es en las historias que se crean a través de miradas cómplices en un vagón. Miradas nuevas que crean timidez a la vez que impulsos. En ese momento el Metro quiere que ese "encuentro subterráneo" se tranforme en algo verbal. Que se unan esos dos cuerpos y que surja una amistad, un affair momentáneo o una relación de las de toda la vida. Esos son sus momentos predilectos.
La peor parte para éste es no poder ver el desenlace de las historias una vez se abra la puerta de alguna parada. Afortunadamente la pérdida de una u otra persona se gratifica con la entrada de otra multitud de personajes.
El Metro nunca se aburre. Tiene películas desde las 6 de la mañana hasta la 1 aproximadamente y encima no paga por verlas. Somos nosotros los que pagamos para que él las disfrute.
Y es que el Metro vuela, sobre todo el de Madrid. Y nosotros intentamos hacer lo mismo aunque no sea tan fácil.
Escrito por María del Río.
Me ha encantado! Me ha recordado mucho a la historia que yo escribí y por la que empecé mi blog, de ahí que se llame "elchicodelmetro"
ResponderEliminarYa te sigo! ;)