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sábado, 24 de marzo de 2012

Fórmulas.

Ese niño pasó una infancia demasiado conservadora y ultracatólica. Y es que llamarse José ya decía mucho. Su hermana se llamaba María. Dios estaba presente en toda la casa ya fuera en forma de cruz o en forma de rosario. Y eso para un niño de 10 años puede provocar consecuencias no muy agradables. En este caso no las provocó. José era un niño despierto y curioso. Muy curioso. Leía todo lo que se le pasaba por delante de sus ojos. Lástima que en su casa sólo podía "disfrutar" de lecturas férreas de ideas. Pero él era inteligente y sabía que de alguna manera la vida tenía que ofrecer más que "padres nuestros" y autoritarismos extremos. Por eso bajaba a escondidas a casa del vecino llamado Aldo. Digo a escondidas porque si se enteraban sus padres el castigo podía ser indefinido. Lo que más le gustaba a José de él era toda la biblioteca que tenía en su casa. Y es que años atrás había sido librero. José se empapaba de letras, frases y melodías sintácticas. Aldo le tenía un cariño especial. Pero también sentía pena por él. Tenía miedo de que su vida fuera un engaño y que se convirtiera en un hombrecito fragmentado de mente sin quererlo. Y es que a veces lo que te inculcan puede dejarte sin un ápice de personalidad. Aldo aprovechaba esas tardes para ofrecerle libros de todo tipo. Pero José siempre cogía con más énfasis los libros de matemáticas. Aldo intuyó que quería encontar la fórmula de algo. Se pasaba horas y horas leyendo y escribiendo en un papel fórmulas confusas e indescriptibles.
Un día Aldo le preguntó qué buscaba y José se bloqueó.
Pero luego contestó con su gracia y chispa innata diciéndole:
Aldo, ando buscando la fórmula para que no haya muerte.
Aldo se emocionó a la vez que se inquietó. José se dio cuenta. Y le dijo que no se agobiara porque sabía que en algún momento u otro la encontraría.
Mucho le pesaba a ese niño de 10 años las ideas del bien, el mal y el pecado y sin quererlo encima.
Pasaron los años. Aldo murió y José se formó haciendo derecho (por obligación de sus padres). La muerte de Aldo le afectó. Y es que el tiempo vivido con él le sirvió para encontrar su fórmula más ansiada.
Y llegó a la conclusión de que no hay muerte que valga cuando no existe la necesidad de quererla.
Más tarde publicó un libro de gran expectación llamado "Superflua Muerte".
Escrito por María del Río.