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domingo, 10 de septiembre de 2017

AVE

El otro día viajando en tren me pasó algo que nunca olvidaré.
Me tocó al lado de una chica que se le notaba inquieta pero desprendía dulzura en sus gestos.
Mi ritual en el tren casi siempre es el mismo. Abrigarme mucho (es un congelador) e intentar dormirme.
Pero ese día no fue así.
No sé por qué pero mi boca al escuchar sin querer una conversación telefónica de esta chica con alguien, le preguntó: "Estás bien?" y ella me miró y me dijo con los ojos llorosos que acababa de estar en el entierro de su padre.
Sin saber muy bien qué hacer (qué haces en esos momentos?) le dije que lo sentía y le agarré su mano.
Sinceramente me sorprendí a mi misma reaccionando así cuando no le conocía de nada pero no se por qué sabía que estaba allí por algo.
De repente me vi inmersa en una conversación fluída, sensible, dulce y sincera con ella.
Y sin conocernos.
Hablamos de todo, reímos y hasta lloramos.
Y me acordé de aquel libro de Albert Espinosa "El Mundo Amarillo".
Ese libro te explica que en tu vida existen los familiares y amigos pero que muchas veces (más de las que puedas imaginarte) aparecen los llamados "amarillos". Son personas que se cruzan en tu vida, ya sea un minuto, horas o más tiempo para enseñarte algo.
Eso me estaba pasando con ella. Con Rocío.
Por una vez no quise que acabara el trayecto.
Me hablaba de su padre con una sensibilidad inmedible y claro, me removió. Me removió mi relación especial y maravillosa con el mío. Y yo por suerte, aún le tengo.
Al acabar le expliqué que ella había sido un "amarillo" y me dijo si los amarillos se podían convertir en amistades duraderas.
Y le dije que ese rato con ella no podía quedarse así sin más. De ese momento estaba creándose algo tan maravilloso como es una Amistad.
Y al despedirme de ella con un abrazo sentido me dijo "Gracias María, es como si mi padre te hubiera colocado a mi lado". Y yo me emocioné. Mucho.
Como mola la vida cuando te regala estos momentos.
Gracias Rocío.

Escrito por María del Río.